Continuamos nuestra lectura juntos... prestale atención a este nuevo tramo...es muy jugoso y vale la pena guardar estas palabras...
La pregunta por el sentido de la vida
Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra
actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos
y* después, enseñar a los desesperados que en realidad no
importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera
algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas
sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en
nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e
incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no
de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y
una actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la
responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los
problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna
continuamente a cada individuo.
Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida,
difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modo
que resulta completamente imposible definir el significado de la
vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las
preguntas relativas al sentido de la vida con argumentos
especiosos. "Vida" no significa algo vago, sino algo muy real y
concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y
único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden
compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación se
repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la
situación en que un hombre se encuentra puede exigirle que
emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más
ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias
pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser
simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada
situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay
más que una única respuesta correcta al problema que la
situación plantea.
Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de
aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha
de reconoces el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y
está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento
ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que
adopte al soportar su carga.
En cuanto a nosotros, como prisioneros, tales pensamientos no
eran especulaciones muy alejadas de la realidad, eran los únicos
pensamientos capaces de ayudarnos, de liberarnos de la
desesperación, aun cuando no se vislumbrara ninguna
oportunidad de salir con vida. Ya hacía tiempo que habíamos
pasado por la etapa de pedir a la vida un sentido, tal como el de
alcanzar alguna meta mediante la creación activa de algo valioso.
Para nosotros el significado de la vida abarcaba círculos más
amplios, como son los de la vida y la muerte y por este sentido es
por el que luchábamos.
Sufrimiento como prestación
Una vez que nos fue revelado el significado del sufrimiento,
nos negamos a minimizar o aliviar las torturas del campo a base
de ignorarlas o de abrigar falsas ilusiones o de alimentar un
optimismo artificial. El sufrimiento se había convertido en una
tarea a realizar y no queríamos volverle la espalda. Habíamos
aprehendido las oportunidades de logro que se ocultaban en él,
oportunidades que habían llevado al poeta Rilke a decir: "Wie viel
ist aufzuleiden" "¡Por cuánto sufrimiento hay que pasar!." Rilke
habló de "conseguir mediante el sufrimiento" donde otros hablan
de "conseguir por medio del trabajo". Ante nosotros teníamos una
buena cantidad de sufrimiento que debíamos soportar, así que era
preciso hacerle frente procurando que los momentos de debilidad
y de lágrimas se redujeran al mínimo. Pero no había ninguna
necesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban
que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor de
sufrir. No obstante, muy pocos lo entendían así. Algunas veces,
alguien confesaba avergonzado haber llorado, como aquel
compañero que respondió a mi pregunta sobre cómo había
vencido el edema, confesando: "Lo he expulsado de mi cuerpo a
base de lágrimas."
Algo nos espera
Siempre que era posible, en el campo se aplicaba algo que
podría definirse como los fundamentos de la psicoterapia o de la
psicohigiene, tanto individual como colectivamente. Los esbozos
de psicoterapia individual solían ser del tipo del "procedimiento
para salvar la vida". Dichas acciones se emprendían por regla
general con vistas a evitar los suicidios. Una regla del campo muy
estricta prohibía que se tomara ninguna iniciativa tendente a
salvar a un hombre que tratara de suicidarse. Por ejemplo, se
prohibía cortar la soga del hombre que intentaba ahorcarse, por
consiguiente, era de suma importancia impedir que se llegara a
tales extremos.
Recuerdo dos casos de suicidio frustrado que guardan entre sí
mucha similitud. Ambos prisioneros habían comentado sus
intenciones de suicidarse basando su decisión en el argumento
típico de que ya no esperaban nada de la vida. En ambos casos se
trataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavía
esperaba algo de ellos. A uno le quedaba un hijo al que él
adoraba y que estaba esperándole en el extranjero. En el otro
caso no era una persona la que le esperaba, sino una cosa, ¡su
obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una
colección de libros que debía concluir. Nadie más que él podía
realizar su trabajo, lo mismo que nadie más podría nunca
reemplazar al padre en el afecto del hijo.
La unicidad y la resolución que diferencian a cada individuo y
confieren un significado a su existencia tienen su incidencia en la
actividad creativa, al igual que la tienen en el amor. Cuando se
acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso
para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad
que el hombre asume ante su existencia. El hombre que se hace
consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le
espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá
nunca tirar su vida por la borda. Conoce el "porqué" de su
existencia y podrá soportar casi cualquier "cómo".
Una palabra a tiempo
Las oportunidades para la psicoterapia colectiva eran
limitadas. El ejemplo correcto era más efectivo de lo que pudieran
serlo las palabras. Los jefes de barracón que no eran autoritarios,
por ejemplo, tenían precisamente por su forma de ser y actuar
mil oportunidades de ejercitar una influencia de largo alcance
sobre los que estaban bajo su jurisdicción. La influencia inmediata
de una determinada forma de conducta es siempre más efectiva
que las palabras. Pero, a veces, una palabra también resulta
efectiva cuando la receptividad mental se intensifica con motivo
de las circunstancias externas. Recuerdo un incidente en que
hubo lugar para realizar una labor terapéutica sobre todos los
prisioneros de un barracón, como consecuencia de la
intensificación de su receptividad provocada por una determinada
situación externa.
Había sido un día muy malo. A la hora de la formación se
había leído un anuncio sobre los muchos actos que, de entonces
en adelante, se considerarían acciones de sabotaje y, por
consiguiente, punibles con la horca. Entre estas faltas se incluían
nimiedades como cortar pequeñas tiras de nuestras viejas mantas
(para utilizarlas como vendajes para los tobillos) y "robos
mínimos. Hacía unos días que un prisionero al borde de la
inanición había entrado en el almacén de víveres y había robado
algunos kilos de patatas. El robo se descubrió y algunos
prisioneros reconocieron al "ladrón". Cuando las autoridades del
campo tuvieron noticia de lo sucedido, ordenaron que les
entregáramos al culpable; si no, todo el campo ayunaría un día.
Claro está que los 2500 hombres prefirieron callar. La tarde de
aquel día de ayuno yacíamos exhaustos en los camastros. Nos
encontrábamos en las horas más bajas. Apenas sé decía palabra y
las que se pronunciaban tenían un tono de irritación. Entonces, y
para empeorar aún más las cosas, se apagó la luz. Los estados de
ánimo llegaron a su punto más bajo. Pero el jefe de nuestro
barracón era un hombre sabio e improvisó una pequeña charla
sobre todo lo que bullía en nuestra mente en aquellos momentos.
Se refirió a los muchos compañeros que habían muerto en los
últimos días por enfermedad o por suicidio, pero también indicó
cuál había sido la verdadera razón de esas muertes: la pérdida de
la esperanza. Aseguraba que tenía que haber algún medio de
prevenir que futuras víctimas llegaran a estados tan extremos. Y
al decir esto me señalaba a mí para que les aconsejara.
Dios sabe que no estaba en mi talante dar explicaciones
algún tipo de cuidado médico de sus almas. Tenía frío y sueño,
me sentía irritable y cansado, pero hube de sobreponerme a mí
mismo y aprovechar la oportunidad. En aquel momento era más
necesario que nunca infundirles ánimos.
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