jueves, 30 de abril de 2020

El hombre en busca de sentido-Viktor Frankl-12°entrega




Continuamos nuestra lectura juntos... prestale atención a este nuevo tramo...es muy jugoso y vale la pena guardar estas palabras...





La pregunta por el sentido de la vida

Lo que de verdad necesitamos es un cambio radical en nuestra

actitud hacia la vida. Tenemos que aprender por nosotros mismos

y* después, enseñar a los desesperados que en realidad no

importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera

algo de nosotros. Tenemos que dejar de hacernos preguntas

sobre el significado de la vida y, en vez de ello, pensar en

nosotros como en seres a quienes la vida les inquiriera continua e

incesantemente. Nuestra contestación tiene que estar hecha no

de palabras ni tampoco de meditación, sino de una conducta y

una actuación rectas. En última instancia, vivir significa asumir la

responsabilidad de encontrar la respuesta correcta a los

problemas que ello plantea y cumplir las tareas que la vida asigna

continuamente a cada individuo.

Dichas tareas y, consecuentemente, el significado de la vida,

difieren de un hombre a otro, de un momento a otro, de modo

que resulta completamente imposible definir el significado de la

vida en términos generales. Nunca se podrá dar respuesta a las

preguntas relativas al sentido de la vida con argumentos

especiosos. "Vida" no significa algo vago, sino algo muy real y

concreto, que configura el destino de cada hombre, distinto y

único en cada caso. Ningún hombre ni ningún destino pueden

compararse a otro hombre o a otro destino. Ninguna situación se

repite y cada una exige una respuesta distinta; unas veces la

situación en que un hombre se encuentra puede exigirle que

emprenda algún tipo de acción; otras, puede resultar más

ventajoso aprovecharla para meditar y sacar las consecuencias

pertinentes. Y, a veces, lo que se exige al hombre puede ser

simplemente aceptar su destino y cargar con su cruz. Cada

situación se diferencia por su unicidad y en todo momento no hay

más que una única respuesta correcta al problema que la

situación plantea.

Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de

aceptar dicho sufrimiento, pues ésa es su sola y única tarea. Ha

de reconoces el hecho de que, incluso sufriendo, él es único y

está solo en el universo. Nadie puede redimirle de su sufrimiento

ni sufrir en su lugar. Su única oportunidad reside en la actitud que

adopte al soportar su carga.

En cuanto a nosotros, como prisioneros, tales pensamientos no

eran especulaciones muy alejadas de la realidad, eran los únicos

pensamientos capaces de ayudarnos, de liberarnos de la

desesperación, aun cuando no se vislumbrara ninguna

oportunidad de salir con vida. Ya hacía tiempo que habíamos

pasado por la etapa de pedir a la vida un sentido, tal como el de

alcanzar alguna meta mediante la creación activa de algo valioso.

Para nosotros el significado de la vida abarcaba círculos más

amplios, como son los de la vida y la muerte y por este sentido es

por el que luchábamos.



Sufrimiento como prestación


Una vez que nos fue revelado el significado del sufrimiento,

nos negamos a minimizar o aliviar las torturas del campo a base

de ignorarlas o de abrigar falsas ilusiones o de alimentar un

optimismo artificial. El sufrimiento se había convertido en una

tarea a realizar y no queríamos volverle la espalda. Habíamos

aprehendido las oportunidades de logro que se ocultaban en él,

oportunidades que habían llevado al poeta Rilke a decir: "Wie viel

ist aufzuleiden" "¡Por cuánto sufrimiento hay que pasar!." Rilke

habló de "conseguir mediante el sufrimiento" donde otros hablan

de "conseguir por medio del trabajo". Ante nosotros teníamos una

buena cantidad de sufrimiento que debíamos soportar, así que era

preciso hacerle frente procurando que los momentos de debilidad

y de lágrimas se redujeran al mínimo. Pero no había ninguna

necesidad de avergonzarse de las lágrimas, pues ellas testificaban

que el hombre era verdaderamente valiente; que tenía el valor de

sufrir. No obstante, muy pocos lo entendían así. Algunas veces,

alguien confesaba avergonzado haber llorado, como aquel

compañero que respondió a mi pregunta sobre cómo había

vencido el edema, confesando: "Lo he expulsado de mi cuerpo a

base de lágrimas."

Algo nos espera

Siempre que era posible, en el campo se aplicaba algo que

podría definirse como los fundamentos de la psicoterapia o de la

psicohigiene, tanto individual como colectivamente. Los esbozos

de psicoterapia individual solían ser del tipo del "procedimiento

para salvar la vida". Dichas acciones se emprendían por regla

general con vistas a evitar los suicidios. Una regla del campo muy

estricta prohibía que se tomara ninguna iniciativa tendente a

salvar a un hombre que tratara de suicidarse. Por ejemplo, se

prohibía cortar la soga del hombre que intentaba ahorcarse, por

consiguiente, era de suma importancia impedir que se llegara a

tales extremos.

Recuerdo dos casos de suicidio frustrado que guardan entre sí

mucha similitud. Ambos prisioneros habían comentado sus

intenciones de suicidarse basando su decisión en el argumento

típico de que ya no esperaban nada de la vida. En ambos casos se

trataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavía

esperaba algo de ellos. A uno le quedaba un hijo al que él

adoraba y que estaba esperándole en el extranjero. En el otro

caso no era una persona la que le esperaba, sino una cosa, ¡su

obra! Era un científico que había iniciado la publicación de una

colección de libros que debía concluir. Nadie más que él podía

realizar su trabajo, lo mismo que nadie más podría nunca

reemplazar al padre en el afecto del hijo.

La unicidad y la resolución que diferencian a cada individuo y

confieren un significado a su existencia tienen su incidencia en la

actividad creativa, al igual que la tienen en el amor. Cuando se

acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso

para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad

que el hombre asume ante su existencia. El hombre que se hace

consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le

espera con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá

nunca tirar su vida por la borda. Conoce el "porqué" de su

existencia y podrá soportar casi cualquier "cómo".


Una palabra a tiempo


Las oportunidades para la psicoterapia colectiva eran

limitadas. El ejemplo correcto era más efectivo de lo que pudieran

serlo las palabras. Los jefes de barracón que no eran autoritarios,

por ejemplo, tenían precisamente por su forma de ser y actuar

mil oportunidades de ejercitar una influencia de largo alcance

sobre los que estaban bajo su jurisdicción. La influencia inmediata

de una determinada forma de conducta es siempre más efectiva

que las palabras. Pero, a veces, una palabra también resulta

efectiva cuando la receptividad mental se intensifica con motivo

de las circunstancias externas. Recuerdo un incidente en que

hubo lugar para realizar una labor terapéutica sobre todos los

prisioneros de un barracón, como consecuencia de la

intensificación de su receptividad provocada por una determinada

situación externa.

Había sido un día muy malo. A la hora de la formación se

había leído un anuncio sobre los muchos actos que, de entonces

en adelante, se considerarían acciones de sabotaje y, por

consiguiente, punibles con la horca. Entre estas faltas se incluían

nimiedades como cortar pequeñas tiras de nuestras viejas mantas

(para utilizarlas como vendajes para los tobillos) y "robos

mínimos. Hacía unos días que un prisionero al borde de la

inanición había entrado en el almacén de víveres y había robado

algunos kilos de patatas. El robo se descubrió y algunos

prisioneros reconocieron al "ladrón". Cuando las autoridades del

campo tuvieron noticia de lo sucedido, ordenaron que les

entregáramos al culpable; si no, todo el campo ayunaría un día.

Claro está que los 2500 hombres prefirieron callar. La tarde de

aquel día de ayuno yacíamos exhaustos en los camastros. Nos

encontrábamos en las horas más bajas. Apenas sé decía palabra y

las que se pronunciaban tenían un tono de irritación. Entonces, y

para empeorar aún más las cosas, se apagó la luz. Los estados de

ánimo llegaron a su punto más bajo. Pero el jefe de nuestro

barracón era un hombre sabio e improvisó una pequeña charla

sobre todo lo que bullía en nuestra mente en aquellos momentos.

Se refirió a los muchos compañeros que habían muerto en los

últimos días por enfermedad o por suicidio, pero también indicó

cuál había sido la verdadera razón de esas muertes: la pérdida de

la esperanza. Aseguraba que tenía que haber algún medio de

prevenir que futuras víctimas llegaran a estados tan extremos. Y

al decir esto me señalaba a mí para que les aconsejara.

Dios sabe que no estaba en mi talante dar explicaciones


psicológicas o predicar sermones a fin de ofrecer a mis camaradas

algún tipo de cuidado médico de sus almas. Tenía frío y sueño,

me sentía irritable y cansado, pero hube de sobreponerme a mí

mismo y aprovechar la oportunidad. En aquel momento era más

necesario que nunca infundirles ánimos.


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