lunes, 20 de abril de 2020

El hombre en busca de sentido-Viktor Frankl-5°entrega

Seguimos leyendo juntos esta historia tan dura y a la vez tan plena de esperanza...todos los días, acá en nuestro Estante de Libros encontrarás una parte, como te prometimos...pero si querés descargar el libro completo en tu compu o en el celu acá te dejamos el link de un sitio seguro...
https://www.actors-studio.org/web/images/pdf/viktor_frankl_el_hombre_en_busca_del_sentido.pdf


La huida hacia el interior



A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza,

en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar

una profunda vida espiritual. No cabe duda que las personas

sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron

muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño

causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del

terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y

libertad espiritual. Sólo de esta forma puede uno explicarse la

paradoja aparente de que algunos prisioneros, a menudo losmenos fornidos,

parecían soportar mejor la vida del campo que

los de naturaleza más robusta. Para aclarar este punto, me veo

obligado a recurrir de nuevo a la experiencia personal. Voy a

contar lo que sucedía aquellas mañanas en que, antes del alba,

teníamos que ir andando hasta nuestro lugar de trabajo.

Oíamos gritar las órdenes:

"¡Atención, destacamento adelante! ¡Izquierda 2,3,4!

¡Izquierda 2,3,4! ¡El primer hombre, media vuelta a la izquierda,

izquierda, izquierda, izquierda! ¡Gorras fuera!

Todavía resuenan en mis oídos estas palabras. A la orden de:

"¡Gorras fuera!" atravesábamos la verja del campo, mientras nos

enfocaban con los reflectores. El que no marchaba con

marcialidad recibía una patada, pero corría peor suerte quien,

para protegerse del frío, se calaba la gorra hasta las orejas antes

de que le dieran permiso.

En la oscuridad tropezábamos con las piedras y nos metíamos

en los charcos al recorrer el único camino que partía del campo.

Los guardias que nos acompañaban no dejaban de gritarnos y

azuzarnos con las culatas de sus rifles. Los que tenían los pies

llenos de llagas se apoyaban en el brazo de su vecino. Apenas

mediaban palabras; el viento helado no propiciaba la

conversación. Con la boca protegida por el cuello de la chaqueta,

el hombre que marchaba a mi lado me susurró de repente: "¡Si

nos vieran ahora nuestras esposas! Espero que ellas estén mejor

en sus campos e ignoren lo que nosotros estamos pasando." Sus

palabras evocaron en mí el recuerdo de mi esposa.

Cuando todo se ha perdido

Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros,

resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en el

otro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada uno

pensaba en su mujer. De vez en cuando yo levantaba la vista al

cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de la

mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja de

nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a

quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la

veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su

mirada era más luminosa que el sol del amanecer. Un

pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí

la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada

en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que

el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el

hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor

de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos

intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a

través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo

en este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque sea

sólo momentáneamente— si contempla al ser querido. Cuando el

hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin

poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su

único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos

correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin,

realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser

querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el

significado de las palabras: "Los ángeles se pierden en la

contemplación perpetua de la gloria infinita."

Delante de mí tropezó y se desplomó un hombre, cayendo

sobre él los que le seguían. El guarda se precipitó hacia ellos y a

todos alcanzó con su látigo. Este hecho distrajo mi mente de sus

pensamientos unos pocos minutos, pero pronto mi alma encontró

de nuevo el camino para regresar a su otro mundo y,

olvidándome de la existencia del prisionero, continué la

conversación con mi amada: yo le hacía preguntas y ella

contestaba; a su vez ella me interrogaba y yo respondía.

"¡Alto!" Habíamos llegado a nuestro lugar de trabajo. Todos

nos abalanzamos dentro de la oscura caseta con la esperanza de

obtener una herramienta medio decente. Cada prisionero tomaba

una pala o un zapapico.

"¿Es que no podéis daros prisa, cerdos?" Al cabo de unos

minutos reanudamos el trabajo en la zanja, donde lo dejamos el

día anterior. La tierra helada se resquebrajaba bajo la punta del

pico, despidiendo chispas. Los hombres permanecían silenciosos, 

con el cerebro entumecido. Mi mente se aferraba aún a la imagen

de mi mujer. Un pensamiento me asaltó: ni siquiera sabía si ella

vivía aún. Sólo sabía una cosa, algo que para entonces ya había

aprendido bien: que el amor trasciende la persona física del ser

amado y encuentra su significado más profundo en su propio

espíritu, en su yo íntimo. Que esté o no presente, y aun siquiera

que continúe viviendo deja de algún modo de ser importante. No

sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo

(durante todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postal

alguno con el exterior), pero para entonces ya había dejado de

importarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerza

de mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada. Si

entonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo que

hubiera seguido entregándome —insensible a tal hecho— a la

contemplación de su imagen y que mi conversación mental con

ella hubiera sido igualmente real y gratificante: "Ponme como

sello sobre tu corazón... pues fuerte es el amor como la muerte".

(Cantar de los Cantares, 8,6.)



Aquí nos quedamos por hoy….mañana continuamos…

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