Textos
y texturas
Como en los antiguos
telares manuales de las mujeres, un texto tiene hebras que se cruzan, puntos
débiles, agujeros, tramas con formas, colores organizados en visiones
fantásticas. En su interior solemos perder el hilo y equivocar su abrigo.
Un
texto, en definitiva, es un pedazo de mundo construído, artificial, creado para
ser usado, deglutido, interpretado, apropiado como la manta que nos cubre, la
bufanda de punto Santa Clara de la abuela. O el alambre que sutura las entrañas
en las heridas y operaciones.
Un texto es una compleja maquinaria de
sentidos preguntando qué hacemos con nosotros, con la vida, el amor, o el
pasado. “Te dice” y “se dice” cosas.
Tiene
peso, olor, está cargado de tiempo e imágenes, escrito en la línea del lenguaje,
en el plano de la imagen, en la ausencia de las ciudades, los espacios vacíos,
los sonidos del silencio y la música del vivir.
Un texto está en movimiento
como el cuerpo, escrito con su propio ritmo y acción. Poetiza, se adelanta, se
violenta, se serena.
Baila en el aire que le deja
aire y en la tierra que le da sustento
.
Imaginación puesta en relato,
memoria que grita organizadamente su canción, de pérdida, su huella, su
mandato.
Y por supuesto los textos son texturas:
tules para la principiante, rieles para pasar la noche, rejas diversas, mantas
de lana. Se tocan, se perciben como sangre en las encías, metal pesado,
soldaduras imposibles, reciclaje de frutas secas y podridas. Terciopelo para
la corrupción y sarga de sastre antiguo
para ala justicia, plástico pop, pos moderno y madera de ebanista para el amor
duradero.
Texturas que nos hablan y atraviesan,
Tienen la aceptación ciega de los ciegos de las culturas, las visiones de la
noche, la esperanza como un cencerro que no deja dormir, texturas como mapas de
la sensorialidad en la ruta de ser “humanos”.
Asombro de existir, usina de creación ante
la desintegración y la banalidad.
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