Somos eso finalmente: un lodo fecundo de muchas tradiciones que son vivas, por eso nacen, crecen y mueren. Se transforman, pasan la posta, se resignifican. Habrá que pensar entonces la tradición como un baluarte simbólico donde encontremos la significación de la existencia como humanos y como comunidades, pero que sirva sobre todo para entablar un diálogo.
Les pasamos un excelente artículo de DOMINGO IGHINA (Ciudad Nueva n° 3,2014)
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